Kevin Spacey, o su álter ego Francis Underwood, sube un peldaño más.

Las series de televisión gozan de muy buena salud, y esto se refleja en las candidaturas que había para alzarse con la preciada estatuilla, y ya que anoche tuvo lugar la gala de los Globos de oro, he querido rescatar este post que escribí hace un tiempo y aún no había publicado. Sin desmerecer, en absoluto, las otras candidaturas, creo que el Globo de Oro otorgado a Kevin Spacey por su papel de Francis Underwood es más que merecido. Con vuestro permiso, aprovecho estas líneas para recomendaros, no solo House of Cards, si no también Fargo y True Detective.

 

Mi yo más freak, el más más más freak, ha decidido ver, otra vez, esa maravilla audiovisual llamada House of Cards. Todo empezó en Febrero de 2013 cuando me enteré que algunos de los primeros episodios venían de la mano de David Fincher, no lo dudé, tenía que verla. En House of Cards lo aparente es desmentido de forma continua por esa cámara impertinente que parece llevar la guerra por su cuenta. Básicamente, la baza de House of Cards es la personalidad de su director. Personalidad que, aunque intenta impregnar en los demás realizadores, se nota cuando está él. La premisa de este drama es la de un político al que se le ha prometido un puesto importante y que llegado el momento se ve ninguneado. El personaje, como ya sabréis, es un inconmensurable Kevin Spacey acompañado de una soberbia Robin Wright entre otros nombres para quitarse el sombrero.

Casualidad o no, viniendo de Fincher sé que no, Lincon dijo: “es posible engañar a algunos todo el tiempo o a todos un rato pero es imposible engañar a todos todo el tiempo", y esta es básicamente la forma de actuar de Spacey.

Visualmente es fascinante como, por ejemplo, de algún modo tiende a confundir al espectador, algo que encaja muy bien con la visión de la política. Cualquier escenario es ideal para “enterrar” al adversario. House of Cards explica lo fácil que resulta destruir cualquier sistema  cuando se conocen los entresijos del mecanismo que hace girar la rueda.

Sonríen, dan la mano, saludan a diestro y siniestro, prometen y prometen, te dicen lo que quieres oír... Y cuando menos te lo esperas, te clavan un puñal. Principalmente nos enseñan esa cara B de la política que desconocemos, aunque quizá no sea una cara B y si más bien una cara Z… Esa en la cual, si no haces lo que digo, atente a las consecuencias.

Al mundo de marionetas dirigido por Francis Underwood no le faltan los que sienten que, a pesar de la calidad técnica, de los personajes y de las actuaciones, a la serie le falta algo. Kevin Spacey contamina todo lo que encuentra a su paso. Manipula. Te hace creer que esa idea que has tenido es tuya, pero no: era suya mucho antes de que fueras siquiera consciente de que tenías que tener una idea. Y esa es la gracia de la serie, una rata con traje y corbata que asciende al poder sin hacer ruido y sin piedad hacia el poder. Al lado, siempre, de una gran mujer, tan ambiciosa como su marido pero con mucho más estilo.

Ya lo dice Underwood a cámara en la primera escena de la segunda temp. “hunt or be hunted”.

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